En
este cuarto día en la India las cosas siguen para mi iguales en unas cosas y
diferentes en otras. Iguales porque mi aproximación en mis pesquisas
cinematográficas es lenta y solitaria: comunicaciones telefónicas, por correo
electrónico, skype, con peña de aquí y de fuera; siento que voy cogiendo
carrerilla. Diferentes, porque creo que ya comienzo a entrar en este variopinto
y diverso mundo indio: mi paciencia se está amoldando a las circunstancias, y
eso es bueno. Aquí las cosas fluyen de otra manera y, o te lo tomas con calma,
o enfermas (mentalmente). Diarreas y demás descongestiones ya no me suceden,
por suerte, creo que estoy inmunizado después de varios viajes por Asia (aun
así, toquemos madera). Mi paciencia se está poniendo a prueba en cosas como los
encuentros con personas del cine que se posponen, los atascos en los rickshows
y la espera en embotellamientos bochornosos, dar de alta un móvil indio o
activar internet en una tienda se convierten en acontecimientos de un insoportable
tedio. Pero en vez del malhumor, una sonrisa lo soluciona todo. Quizás en
España las cosas van más rápido, pero de peor humor. Aquí las cosas parece que
van lentas, pero al final funcionan.
El
sábado me lo tomé como día libre y me fui de paseo. Llegué hasta Bandra, un suburbio
al sur de Andheri, quería ver el mar y el sol poniente. Pero mi intuición
geométrica de paseante despistado me arrastró a un callejón sin salida: acabé
frente a un bloque de edificios pijos, lo que en Latinoamérica se llama “countries”,
con vigilancia y todo, que se levantaba en vertical al lado de un horizontal barrio
de chabolas. Mientras en un lado unos niños descalzos y sucios jugaban en un
desolado descampado lleno de basura, dentro “del country” otros celebraban una
fiesta de cumpleaños amenizada por un monitor que les hablaba en inglés por
megafonía inalámbrica. Así es la India: puro contraste, un lugar donde mundos
opuestos conviven con una proximidad aparentemente tolerante; la mayor
opulencia y la peor de las pobrezas van de la mano. Parece que cada uno va a la
suya, sin interferencias, sin competencias. Quizás el sistema de castas marca distancias
de un modo casi natural y sin cuestionamientos de ningún tipo, ¿quién sabe?.
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